La vieja historia asegura que fue hace casi un milenio, en el año 1017, cuando dos poderosos Señores de Asturias, Don Alfonso y Doña Cristilda, erigieron su iglesia. La fundación de su monasterio sin embargo, se debió al rey Fernando I el Magno, por el que gozaría el monasterio del título rumboso de Imperial. Doña Urraca, nieta del fundador, dotó a los monjes (benedictinos), cediéndoles en posesión todos los contornos y pueblos limítrofes (por el este hasta Cantabria, por el sur hasta el concejo de Cabrales y por el oeste hasta el concejo de Villaviciosa).
Los comienzos fueron humildes. Muy pronto, sin embargo, se inicia el ciclo de las donaciones, con las que van tomando cuerpo la iglesia y la torre románica.
El 19 de mayo de 1544 el General de la Orden de San Benito, Fray Diego de Sahagún, une a Celorio el monasterio de San Antolín de Bedón, quedando éste convertido en Priorato. Esto supuso una buena inyección económica para Celorio, que venía arrastrando problemas de dinero.
La Edad Media transcurrió en el monasterio como en tantos otros: pago del "diezmo famoso", tensiones con los nobles de la zona, etc...
La decadencia comenzó con la invasión napoleónica. Antes que los franceses había llegado a Celorio la fama de sus rapacerías, dando tiempo al Abad Fr. Manuel Iglesias para disolver la comunidad y repartir entre los monjes el dinero que tenían (3.120 reales).
Se fueron los franceses pero el monasterio apenas pudo ya recuperarse, hasta que el abad Fr. Albito Petite clausuró definitivamente el 24 de octubre de 1835, obedeciendo al decreto de la "desamortización de Mendizabal. Fue puesto a la venta por la hacienda pública y pasó a ser propiedad particular de Don Juan Abarca Sobrino que lo adaptó a sus necesidades.
Tras años de abandono, en 1919 y tras muchas vueltas es comprado por la Compañia de Jesús. Comienzan las obras y en junio de 1921 comienzan las tandas de ejercicios espirituales. La disolución de la Compañía pone de nuevo en manos del Estado el monasterio y la guerra civil pasó por estos claustros con sus bandos y sus prisioneros.
Después de la guerra se fue recuperando lentamente gracias sobre todo a la ilusión del Colegio de la Inmaculada de Gijón.
El viejo caserón fué demolido e inaugurada la nueva contrucción en 1977, obra de los arquitectos Miranda y Ferreres.